Leí el otro día que una pandilla de investigadores ha inventado un sistema que puede «traducir» lo que una persona escucha o imagina en silencio a partir de las imágenes de su actividad cerebral. Solo nos faltaba eso ya. Que ese cacharro evolucione y nos quite el superpoder de estar insultando a pleno rendimiento y sin mediar palabra al gilipollas de turno que tengas delante.
El artículo me recordó que llevaba yo pensando mucho tiempo, también en silencio, que qué pensarán nuestras neveras que son testimonios de vidas y actrices pasivas del paso del tiempo. Si las pusiéramos a hablar, en fin, lo que esos seres inertes ven a diario en tantos millones de casas daría para escribir libros y hacer películas hasta la misma extinción de la humanidad.
Igual que una mesita de noche es un agujero negro del universo que te teletransporta a otra dimensión cuando la abres, la nevera de tu casa es otra máquina de tu tiempo y tu existencia.
Y no porque hayas arrinconado un racimo de tomates que la amnesia ha llenado de moho, sino porque ahí, en esas paredes blancas o plateadas pueden cohabitar los viajes que has hecho y los que querrías hacer, el menú de la guardería que dio paso al menú del cole, los museos que has pateado, algún concierto especialmente vivido, tu pizza favorita en modo de folleto, una boda suelta, la dieta que no harás never, el recordatorio de que tienes que arreglar una persiana, una noche con amigas pillada al azar en un fotomatón, el perfeccionamiento artístico (o no) de tus hijos, entre otras parcelitas de la vida terrenal.

Siempre he pensado que la nevera tiene cara A y B. La A es la puerta con todos esos momentos ordenados por temas o por épocas o por protagonistas. La B es el lateral, si tienes la suerte de no tener la nevera empotrada entre dos paredes, o la puerta del congelador, ahí rozando el subsuelo.
En la cara B lo que suele haber son parches. El puto imán ese feo de un gimnasio que pisaste cuatro veces, el teléfono de un por si acaso (un taxi, otra pizzería, etc.), el regalo de la madre o del padre de 1995, la posibilidad de contratar a un tapizador en algún momento de la vida.

Es como si la mesita de noche tuviera un falso cajón de segunda división. En la primera división, se quedarían cosas como el pendiente divorciado (con la esperanza de reencontrarse con su media naranja), los auriculares ahorcados con sus propios cables, las bragas en minoría, las pulseras de algún desgraciado momento amigo invisible, los libro sin leer. Y en el falso cajón de tercera regional estaría la cara B de la mesita: las pilas como para montar un vertedero nuclear, la caja de gafas sin gafas y mierdas similares.
En fin, la vida loca vuelve invisibles a nuestras neveras. Hace que las miremos sin mirarlas, pero a la que te fijas un poco antes de coger los tomates podridos, puedes ver media vida colgada en su puerta.
Eres imbatible. Muy ocupada me tiene que pillar el anuncio de una nueva entrada en tu blog pa´que no lo deje yo to´ pa´luego. Si mi nevera te contara…😍😍😍
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Gracias Neus, no se puede hablar mejor de una nevera y de lo que esconde. 👌
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