Como los domingueros en los ochenta. Así te planificas para llegar con tu descendencia a un país nuevo.
En la mudanza van por delante todos los juguetes, libros y pertenencias de niños y adolescentes para suavizar el arranque de cero y llegar con un trozo de su vida anterior. Lo tienes todo bajo control.
Que tu trabajo te ha costado organizar una mudanza de país. Que si cambiar de barrio es para tirarse de los pelos, no quiero contarte qué significa cruzar el charco. Las últimas semanas antes de coger el avión me recuerdo como un despojo humano que pasaba sus días así:
Es más, la de abajo era yo diciéndole a las montañas de cosas para tirar al punto limpio: «mordedme ya, hostia, y acabemos con este sufrimiento«.
A ver, que me voy por las ramas. Neus, vuelve.
No te ha dado tiempo más que a llorar por las esquinas, no has hablado con psicólogos, ni has leído manuales de emigración, así que rigiéndote por tu sentido común te has currado desde Madrid (o anywhere) el guion de la llegada:
- Deambular por ahí para ir conociendo el lugar.
- Vivir peligrosamente sin horarios.
- Pisar mucha playa que parezca que estamos de vacaciones. Y hacerte muchos selfies para vacilar que para eso te has mudado a Miami.
- Todas las excursiones habidas y por haber para ir animando al personal infantil y juvenil, como si siguiéramos de vacaciones.
- Ir a Ikea; todo el mundo sabe que en el tour-Ikea estás como abducida en otro planeta y llegas al convencimiento de que se habrá mudado la vecina del quinto, no tú, que sigues en el Ikea de San Sebastián de los Reyes, provincia de Madrid.
- Ir a comprar el material para el cole nuevo (aunque la madre llore por los pasillos porque no sabe qué coño es un «composition book»).
- Comprar los uniformes para el cole nuevo. Aquí ya empezamos a chocar con la jodida realidad. Ya parece que las «vacaciones» se van acabando.
Mientras vives la luna de miel repasas la lista de las ventajas de vivir una experiencia de semejante envergadura:
- ¡Los niños van a aprender inglés de verdad! Y tú… bueno ya hablamos de eso otro día, si acaso. El spanglish bien, gracias.
- Van a descubrir un país nuevo y muchas culturas diferentes (this is Miami).
- Van a aprender a valorar la diversidad.
- Afinarán la capacidad de adaptación a los cambios.
- La familia se va a unir más.
Pero, ay amigos, ya lo dije en el post sobre las 6 Cosas que he aprendido en un año: las frases que escuchaste cien veces antes de salir de España («los niños se adaptan rápido«, «con los niños no hay problema«) son una patraña y en breve te topas con el llamado duelo migratorio, mal de los 6 meses, Síndrome de Ulises, entre otros nombres.
EL DUELO
El duelo migratorio, como el resto de duelos, es hablando rápido y pronto un coñazo muy grande.
Es esa época en la que parece que te han subido a una montaña rusa y, con muy mala leche, te han dejado en la silla sin cinturón de seguridad.
Es como ni chicha ni limoná. Porque resulta que el ser humano tiene dos grandes vicios, además de beber cerveza en edad adulta: el interés por explorar y, al mismo tiempo, el deseo irrefrenable de crear raíces en el sitio que domina.
Siempre liándola el ser humano. Y liándose.
Y resulta que los niños, esos seres humanos con poca experiencia, también sufren su duelo, ¡sorpresa! Así que, después de vivir esa luna de miel, llegan los días complicados en los que hay que torear con un rato de tristeza de una, otro momento de cabreo de otro y las madres y padres nos convertimos en aprendices de malabaristas ensayando en un campo de minas.
CÓMO SUPERAR EL DUELO
Tengo una noticia buena y una mala. La buena es que se supera. La mala es que no queda otra que sacarte el master en el campo de minas.
Y tienes por delante unos meses en que la vida parece el Lago Ness de las arenas movedizas y que «esos momentos chungos de tus hijos» son el famoso Monstruo mordiéndote el culo.
Abres el ojo por la mañana y concentras toda tu energía en un solo pensamiento: «que se despierten contentos, por favor, por favor, por favor. Me da hasta igual si me he quedado sin café, podré sufrir el mono; me da igual plancharme el pelo y que caiga la del pulpo cuando salga a la calle pero que uno al menos, se despierte bien».
En esos primeros tiempos y cuando nos topamos con lo cotidiano deberás acostumbrarte a que tanto adultos como niños se enfrentan a sentimientos incontrolables de tristeza, rabia o ansiedad.
Generalmente, niños y adolescentes no tienen tantas herramientas para enfrentarse a sus propias emociones y nos van a necesitar las 24 horas. Así que toca ser muy consciente de que esas reacciones son normales.
Y de este (duro) proceso he sacado unas cuantas conclusiones que casi siempre me llevaron a la misma herramienta: flexibilidad al cuadrado.
- Si alguna mañana veía que alguno no era capaz de afrontar nada, no lo llevaba al colegio. Muy mal visto en el sistema educativo americano por su seriedad en la puntualidad, la asistencia y demás responsabilidades, pero muy bien visto por servidora cuando no había otra opción.
- El primer cole al que aterrizas puede no ser el definitivo. Quizá te costará la vida pensar siquiera en la opción de cambiar algo más a las pobres criaturas pero he visto muchos casos de familias que han pasado por lo mismo. Y, por otra parte, la sociedad americana lleva el cambio en el ADN, si ellos pueden, you too.
- Barra libre de flexibilidad en lo cotidiano. En un momento tan jodido como los primeros meses hay que bajar el pistón. Tampoco dejarles como a los hippies de los sesenta en Ibiza, pero oye, si una noche se cena tarde o no se bañan, seguro que el sol saldrá al día siguiente.
- Habla, habla, habla y habla. Pero sin presionar, cuenta a tus hijos cómo te sientes tú también, dales el hombro para que lloren si están tristes y acompáñales en su tristeza, sin más. Los niños tienen los mismos sentimientos que sus padres y no debe subvalorarse.
- Tu tiempo es para ellos, no hagas planes. Aunque tengas que buscar huecos para patalear en soledad, te van a necesitar mucho. Es el momento de ser fuerte para ellos.
- No pidas que te toque la lotería, solo pide paciencia. Porque los malos momentos desaparecen, antes o después. Y pasado un tiempo mirarás hacia atrás y te dirás: «cómo coño sobrevivimos», pero atravesaste el túnel y de repente un día te levantarás y hasta verás bonita a Miami.
Y si pasados los años regresamos a Madrid, estos hispanoamericanos tendrán mono de USA. Es un no parar!
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Neus,
¡¡Simplemente genial!!
Y es que no deja de ser la cruda realidad, pero tratada con humor.
😊😊
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¡Gracias!
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Brillante Neus!!!
Me siento muy tannnn identificada!
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¡Gracias! Ainsss que duros los primeros meses…
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