Némesis

Leer es la carnaza que a veces necesitamos para escribir. Te tiran alguna palabra suelta, una reflexión o un WhatsApp y te lanzas como un walker a un agonizante. Despellejas, desmenuzas en cachitos, te guardas alguna víscera en la nevera y, cuando surge la oportunidad, devoras el teclado.

He dedicado los últimos días del verano moribundo a resucitar las dos semanas analógicas de las vacaciones. Un tiempo prescrito por el agotamiento. Una dosis concentrada de mirar más allá de las 13» que han encuadrado el mundo tantos meses.

Una vez más, esa manía de elegir libro en plan ruleta rusa me ha puesto delante de ‘Némesis‘ de Philip Roth. Y me han encerrado en otra pandemia. En un verano bien vivo de 1944 en New Jersey. Sin tecnología. Con gente enloquecida preguntando dónde están los letreros de la cuarentena para esquivar la muerte y padres que cuelgan bolas de alcanfor en el cuello de los niños para que no se contagien de la parálisis infantil. Para que la polio no les arruine la existencia.

Me he quedado ese tiempo observando infancias que pasan el día en la frutería de los abuelos, los días de sofoco cultivando huertos o enfrentándose a las ratas con adultez suficiente para matarlas. He conocido a niños de diez u once años haciendo deporte en la escuela de verano y a su profesor, que por culpa de la miopía no pudo ir a la guerra, como sus amigos. Los mismos de los que llegan noticias en forma de obituario.

He presenciado el epicentro de un caos, como suele pasar en las pandemias y en la vida. Donde está el joven profesor, Bucky Cantor, que lucha contra sí mismo y se rebela hacia dentro contra los pilares que le aguantan. Gritándole a su Dios judío que por qué los deja tirados y se lleva niños a destiempo. Buscando el porqué a la epidemia. Y odiándose por las decisiones que toma, las que no toma o las que debería haber tomado. Porque en un viejo en cuerpo de joven, anclado a su responsabilidad sin límites, los caminos siempre llevan al mismo sitio: a la culpa. El lugar donde fallan las creencias y todo se desmorona.

Fuente: Wikipedia. Némesis. Mármol del siglo II a. C.

En los textos mitológicos, Némesis (la diosa griega vengadora justiciera) viene a ser un castigo fatal que restablece el orden anterior. Aunque el orden anterior a veces ni siquiera existe, solo parece ordenado dentro de un desorden de costumbres. Una especie de espejismo que amplías y disminuyes dándole zoom. Las guerras minúsculas encapsuladas en una persona, como la de Bucky Cantor o la del vecino de arriba, y las macroguerras que confinan millones de batallas individuales. 

A nosotros, gente viva en 2020, la macronémesis moderna nos ha venido en forma de coronavirus. Ha pillado fuera de juego al personal y nos ha zarandeado con la fuerza de los mares y el ímpetu del viento (gracias, Rocío Jurado, por este verso tan apañado que me viene siempre tan bien). Una pandemia 5G, con actividades en Instagram por encima de nuestras posibilidades, una avalancha de miedo digital, una sobredosis de la frase estrella «saldremos mejores» (igual de mentira como de deseada) y un vivir a través de la pantalla sin fecha de caducidad.

Pero ya lo dijo Jeff Bezos, «el único modo de salir de un caja cerrada es inventar la manera de salir», y es que con pandemia o sin pandemia, quien más y quien menos vive en algún momento su némesis particular. Y te enfrentas como puedes, sabes o quieres. Unos dibujan; otros leen para pensar, piensan para escribir o escriben para pensar. Otros simplemente miran, o dejan su materia gris en encefalograma plano. El tema es elegir tu propia manera para salir de la caja cerrada.

Header photo by Anandu Vinod on Unsplash

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