Tomas conciencia de tu patético nivel de inglés cuando te metes en el vuelo de American Airlines, te sueltan la parrafada habitual y no entiendes una leche. Confirmas tus sospechas cuando aterrizas en ese aeropuerto Internacional de Miami y no sabes para dónde tirar. El personal es muy «simpático» y parece que están encantados en responder a tus preguntas en spanish, así que rezas para que haya muchos carteles «Exit» (hasta ahí llegas bien).

Con el jetlag a flor de piel, coges carretera y manta para conocer face-to-face tu futura ciudad de adopción.

Carreteras muy anchas. Muchos coches. Grandes, muy grandes. Conductores hablando por teléfono (en Madrid se te cae el pelo). Gente comiendo al volante (que hay que tener estómago para eso). Gente haciendo cosas simultáneas como: comer, hablar por teléfono y conducir sin matarse. Palmeras. Playa. Barquitos. Edificio muy altos. Casitas.

En cuatro días escasos no da tiempo a mucho, pero sí a todas estas cosas:

• Darte una vuelta por el famosísimo Ocean Drive Miami y ver mucha gente en patines, bikinis y bañadores jugando al voleyball en la playa.
• Ver que el Zara de Miami Beach es más bien caro y no tiene nada parecido a tu Zara madrileño.
• Empezar a sospechar que vas a tener que arrasar comprando ropa en Madrid antes de cruzar el charco.
• Certificar que los alquileres están por nubes.
• Descubrir que hay un «barrio» muy cuqui que te encanta a la primera: Coconut Grove.
• Quejarte del calor en abril y lo que te rondaré morena…
• Echar de menos Madrid.